El pasado viernes finalizó la Escuela de Verano de la Universidad Miguel Hernández. Tras todo un mes de convivencia con compañeros y alumnos, un año más llega agosto y esta corta, pero increíble experiencia, termina.
Lo primero que tengo que decir es que me alegro de que la educación sea cada vez más emocional, y que a los nuevos docentes se nos pida una gran capacidad de empatía y contacto con nuestros alumnos, porque tengo que admitir que el último día fue especialmente duro. Este ha sido mi cuarto año, y el último para buena parte de las alumnas que has compartido conmigo estos cuatro años. Y aunque aguanté como un campeón, tengo que admitir que la despedida con la última me rompió emocionalmente hablando.
En cuanto a la experiencia educativa, si hay algo que me ha enseñado es que la educación tiene dos cosas que debe aprender de la escuela de verano, o al menos de nuestro grupo de mayores:
- La importancia del trabajo en equipo y abandonar la vieja idea de que mi aula es mía y sólo mía, siendo cualquier adulto que esté en su interior un extranjero: padres, compañeros, y en ocasiones hasta refuerzos.
- La eficiente capacidad del docente para adaptarse a los alumnos. Es increíble todo lo que hemos trabajado en un mes (manualidades, habilidades sociales, deportes, ecología, reciclaje, juegos, alimentación, prevención de violencia escolar o, incluso, educación vial). Y buena parte de este trabajo lo hemos podido realizar porque hemos tenido la libertad necesaria para hacer coincidir nuestros criterios profesionales, el interés de un alumnado variable, y el tiempo en el que estaban más motivados para cada tarea. Esta experiencia choca frontalmente con unas leyes educativas que, a cada revisión (o nuevo capítulo) recortan más libertades a los docentes de nuestro país: horarios férreos, horas de las materias exactas, contenidos, procedimientos y aptitudes fijados desde una oficina a cientos de kilómetros de los alumnos, etc.
Por último tengo el placer de dedicar estas últimas líneas de esta entrada especial a mis compañeros. Este año hemos tenido una hornada de monitoras que han estado en lo más alto: responsables, activas, capaces de liderar a 80 alumnos en estado mental veraniego, y muy divertidas. Sólo puedo desearles lo mejor durante el resto del año, y esperar tener el placer de compartir el año que viene con ellas.
En cuanto al equipo de Supervisores de los que formo parte, sólo puedo decir que me siento en familia, especialmente si unimos a nuestra super Cordinadora. Trabajar con ellos es trabajar con un equipazo de lujo a nivel profesional; es trabajar con un grupo de amigos que están ahí pasa apoyarte en tus ideas absurdas, para animarte y para acompañarte; y sobre todo es trabajar con una auténtica familia.
Feliz vacaciones a todos y nos vemos, como tarde, el próximo verano.
Feliz invierno.